Lo recuerdo en la Plaza de Armas, contándonos de cuando rayaba con tiza las baldosas de esa misma plaza, justo bajo la banca donde nos sentabamos, para resolver ejercicios de 'mate' para el examen que tendría más tarde, se acordaba de su época escolar, de su colegio San Juan y su Laredo. A José Watanabe, el poeta, le gustaba la conversación, la noche, la belleza, la sencillez y la humildad.
Lo conocí en un taller de creación de guiones, del cual me llevé su buen recuerdo, sabios consejos, y una imagen que aún no puedo ubicar en mi pequeña filmografía. Imagen, que coincidentemente tiene un ataúd, coincidencia triste ahora que escribo a la sombra de su muerte. Tendría que agraderle, si no lo hice en aquella oportunidad. Gracias maestro.
La última vez que lo vi, fue visitando su Trujillo, conferenciando sobre su proceso creativo, lleno de cábalas de tintas negras y hojas blancas, de reescrituras perpetuas que lleven por el camino de la repetición a la perfección (o casi), del ejercicio de la sorpresa sobre las cosas más banales: las piedras, los árboles, los heladeros y los crucifijos. Leyendo sus poemas de profundidad y simpleza. Quise hablarle, pero no.
Hoy, el poeta Watanabe ya no está, se fue ayer, en la noche, en silencio, con sencillez, con humildad, como era su estilo. Quizá hoy este con Vallejo, Eielson y Delgado. A nosotros nos queda dar testimonio que "habitó entre nosotros".
Pueden leer sus poemas para elevar sus plegarías, aquí.
Etiquetas: Poesía, Trujillo, Watanabe
|| por Antolín Prieto, 26.4.07
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|| (6) cháchara(s) |
¡Pucha, la vida! dijo el poeta, y se calló, y con él, todo el mundo. Pero el silencio lo apagó una carcajada lúdica. Risa sin broma de por medio, risa de verdad revelada. El mismo silencio se hizo en el lugar donde Cristo estaba colgado con el corazón sangrante, con Marcahuasi a la derecha y Cuzco a la izquierda, afiches turísticos. Y el mozo miraba la mesa. Y, yo no le tengo miedo a la muerte! ¿y a la soledad? ¿y a la enajenación? Uno retenía las iras como la espuma que se colgaba del vaso, y el otro que ya conocía esas frustraciones de los tumbos y caminos errantes ensayaba un salud, y yo no lo tengo miedo a la muerte; pero que vengan tres más, con el cariño de la casa, y el mozo vuelve a mirar la mesa, pero me las destapa una a la vez, sobre la mesa de vinil rojo, esquina de pollería o chifa bajo la axila de la ciudad. Ahí donde, se garabatean cronogramas o libros de Bryce que vienen con piscosour. Y uno camina desorientado, y otro desaparece. Las luces se van de contrabando, quién sabe cuando encenderán, más seguro es que enciendan los sueños, porque, yo no le tengo miedo a la muerte, dijo el poeta, y se calló, y con él, todo el mundo.
Etiquetas: ciudad, poetas, Serie vasos
|| por Antolín Prieto, 18.4.07
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|| (1) cháchara(s) |