Banca de Parque   Una Banca 
  de Parque

pise el grass, haga picnic, sea libre

28.5.06

Tres viñetas y un cádaver

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Los recuerdos del cuerpo / plagados de larvas
viajas de serpientes / que escondes sus fauces
alegoría de los labios / de las palabras / verbo / nada
|| por Antolín Prieto, 28.5.06 || link || (10) cháchara(s) |

8.5.06

De vuelta a la Campiña

Catalino salta grácilmente de un hombro a la mesa; y de ahí, a la ventana. Poco le importa ser un mono de tres patas, que el mono Masha le haya arrancado una pierna y parte de la oreja izquierda en una pelea celosa. Igual lo engrien, igual salta y busca comida en un cesto, saca una manzana que apenas cabe en su boca y se va feliz a jugar con la media docena de perros, con el gato o el perezoso que viven con él, o quizá a hacerle muecas a alguna de las hiperquinéticas ardillas del jardín.

La casa de David no es una casa, es un zoo; y antes que un zoológico, un refugio para animales. No lo había visitado hace meses, pero cada vez que regreso, habrá acogido algún nuevo animal para que lleve una mejor vida que la de mascota exótica convicta en medio de la ciudad. Siempre que vuelvo al MiniZoo, que asi se llama esta iniciativa para salvar animales, respiro de ese aire de convivencia tranquila con la naturaleza, rodeado de cactus y canarios y sol y un montón de sosiego.

La campiña me ha recibido por un camino nuevo, de adoquines encarnados, que me recuerda a los de Oz, donde Dorothy bailaba con Toto. El camino lleva hasta las imponentes Huacas del Sol y La Luna; pero yo no quiero ver al mago degollador, sólo voy a visitar a David y a los García. Estos últimos son una familia de hermanos, mitad artesanos, mitad artistas y 100% moches; su casa es a la vez museo, galeria y hogar. Ahi está Sol, protagonista de mi documental de perros viringos. Está con la nueva Luna (osea Luna Nueva) y sus crías: Payar y Conache. Es papá! Me alegro casi como un tío con la noticia, y Javier, el mayor de los García, comenta hallazgos de la vida familiar de sus calatos, del Sol refunfuñón, la amorosa Luna y de los inquietos mellizos.

Y si salgo a la puerta, veo la campiña verde, con el cielo alto y el horizonte dibujado de cerro, y toda esa paz que me lleva a envidiarla y a prometerme vivir ahí (o al menos visitarla). Pienso en esa vida bucólica y laxa, como de ensueño. Aunque sé que en el fondo sea austera, sacrificada; vida trabajadora de campo, vida de campiña... sonrío. Me gustaría tomar Chicha de Moche.
|| por Antolín Prieto, 8.5.06 || link || (16) cháchara(s) |

3.5.06

El rostro dormido

El sueño está contado entre los placeres más sagrados del hombre ya porque repone las energías perdidas durante los trabajos de la vigilia o porque con sus imagenes el ideario personal se refresca, los eventos próximos se anuncian para crear dejá vus, o porque permite una compensación irreal y subconciente a los problemas de la vida despierta. En concreto, por una u otra razón, no conozco a nadie a quien no le guste dormir y soñar.

Dormir (y soñar) abriga una condición íntima. No, por su practica privada, sino por la postura corporal. El rostro de quien duerme se beatifica, abandona los gestos y las tensiones de la rutina y permanece laxo, delatando uno de esos rostros secretos, que según decía Borges, la gente aborrece que los otros conozcan en ellos. Rostros secretos como el del mayor placer carnal o el del quebranto emocional ante la noticia más aciaga. Es decir, el rostro dormido puede ser el rostro de la paz personal, la conciencia irracional e incluso el de la muerte. Es un evento y un tesoro preciado y, antetodo, personal.

La vida moderna sabe desordenar nuestros regimenes e invadir nuestros espacios, de eso ni duda. Cuando estaba en Lima, me impresionaba la cantidad de gente que dormía en los buses públicos, me gustaba pensar en que los sueños de unos se confundían con los de otros, como si las ovejas que unos contansen para dormir, saltansen las bardas de sus mentes, y fueran a parar en las cabezas de otros. Promiscuidad mental, reproducción de la fantasía. La combi y el micro eran transportes de pequeñas justicias imaginarias y grandes sueños anónimos; porque el anonimato da la confianza de hacer público, lo privado, sin exhibicionismos, con modestia: mostrar el rostro muerto.

Me he visto durmiendo en clase. También los he visto a mis compañeros. Es un dormir clandestino, contrabandeado y de poco valor o fortuna: nunca repara las fuerzas y tampoco deja atender la clase. Comparto con ellos, en esos instantes, uno de esos rostros secretos, lo hago sin opciones y sin remilgos, porque es mi cuerpo extenuado el que reclama descanso. "Es la vida moderna y apurada que trastoca los espacios por la premura de hacer", me lamento sin poder conciliar un mejor dormitar.

Pero, advierto: si me duermo, no me despierten, dejenme soñar.
|| por Antolín Prieto, 3.5.06 || link || (13) cháchara(s) |