Lo recuerdo en la Plaza de Armas, contándonos de cuando rayaba con tiza las baldosas de esa misma plaza, justo bajo la banca donde nos sentabamos, para resolver ejercicios de 'mate' para el examen que tendría más tarde, se acordaba de su época escolar, de su colegio San Juan y su Laredo. A José Watanabe, el poeta, le gustaba la conversación, la noche, la belleza, la sencillez y la humildad.
Lo conocí en un taller de creación de guiones, del cual me llevé su buen recuerdo, sabios consejos, y una imagen que aún no puedo ubicar en mi pequeña filmografía. Imagen, que coincidentemente tiene un ataúd, coincidencia triste ahora que escribo a la sombra de su muerte. Tendría que agraderle, si no lo hice en aquella oportunidad. Gracias maestro.
La última vez que lo vi, fue visitando su Trujillo, conferenciando sobre su proceso creativo, lleno de cábalas de tintas negras y hojas blancas, de reescrituras perpetuas que lleven por el camino de la repetición a la perfección (o casi), del ejercicio de la sorpresa sobre las cosas más banales: las piedras, los árboles, los heladeros y los crucifijos. Leyendo sus poemas de profundidad y simpleza. Quise hablarle, pero no.
Hoy, el poeta Watanabe ya no está, se fue ayer, en la noche, en silencio, con sencillez, con humildad, como era su estilo. Quizá hoy este con Vallejo, Eielson y Delgado. A nosotros nos queda dar testimonio que "habitó entre nosotros".
Pueden leer sus poemas para elevar sus plegarías, aquí.
Etiquetas: Poesía, Trujillo, Watanabe
el cielo ha ganado un gran poeta.
que suerte tienes de ser su alumno.
un besito anto, y muchisimas gracias (hasta el cansancio)
nos vemos pronto, espero
da