El sueño está contado entre los placeres más sagrados del hombre ya porque repone las energías perdidas durante los trabajos de la vigilia o porque con sus imagenes el ideario personal se refresca, los eventos próximos se anuncian para crear dejá vus, o porque permite una compensación irreal y subconciente a los problemas de la vida despierta. En concreto, por una u otra razón, no conozco a nadie a quien no le guste dormir y soñar. Dormir (y soñar) abriga una condición íntima. No, por su practica privada, sino por la postura corporal. El rostro de quien duerme se beatifica, abandona los gestos y las tensiones de la rutina y permanece laxo, delatando uno de esos rostros secretos, que según decía Borges, la gente aborrece que los otros conozcan en ellos. Rostros secretos como el del mayor placer carnal o el del quebranto emocional ante la noticia más aciaga. Es decir, el rostro dormido puede ser el rostro de la paz personal, la conciencia irracional e incluso el de la muerte. Es un evento y un tesoro preciado y, antetodo, personal.
La vida moderna sabe desordenar nuestros regimenes e invadir nuestros espacios, de eso ni duda. Cuando estaba en Lima, me impresionaba la cantidad de gente que dormía en los buses públicos, me gustaba pensar en que los sueños de unos se confundían con los de otros, como si las ovejas que unos contansen para dormir, saltansen las bardas de sus mentes, y fueran a parar en las cabezas de otros. Promiscuidad mental, reproducción de la fantasía. La combi y el micro eran transportes de pequeñas justicias imaginarias y grandes sueños anónimos; porque el anonimato da la confianza de hacer público, lo privado, sin exhibicionismos, con modestia: mostrar el rostro muerto.
Me he visto durmiendo en clase. También los he visto a mis compañeros. Es un dormir clandestino, contrabandeado y de poco valor o fortuna: nunca repara las fuerzas y tampoco deja atender la clase. Comparto con ellos, en esos instantes, uno de esos rostros secretos, lo hago sin opciones y sin remilgos, porque es mi cuerpo extenuado el que reclama descanso. "Es la vida moderna y apurada que trastoca los espacios por la premura de hacer", me lamento sin poder conciliar un mejor dormitar.
Pero, advierto: si me duermo, no me despierten, dejenme soñar.