Cuando era niño, tenía mi propio superhéroe "Carbonman" que no era más que ocho fichas de Play-Go unidas, pero que mi bullente imaginación encarnaba a este ficticio ser espacial. Tenía su propia historia, sus aliados y sus enemigos. Entre los datos de su propia historia tenia la cualidad de no envejecer sino que siempre se sentía en el máximo de su poder físico y mental. Para esto tenía que decidir su edad.
En ese entonces tenía la idea de que debería ser un número perfecto, claro desde mi infantil punto de vista. Consideré un cuadrado perfecto de 10 unidades de lado (10 porque tengo 10 dedos), su área 100. Cien no me gustaba porque era como decir que era un bisabuelo; la mitad 50, era como entre mi papá y mi abuelo, muy mayor aún. La mitad, 25, no había un referente en casa de veinticinco, la idea de juventud, era perfecto además por ser 5 al cuadrado. Pienso que fui tonto, en la misma medida que fui niño e inocente. Podía haber dicho que tenía un millón de años y que tenía su propio contar de tiempo, pero aún no conocía a Einstein y su relatividad, ni a Borges y sus mundos infinitos, pobre de mí. En fin, fue 25.
Hoy he cumplido 25 años y no me siento en mi máximo, ni en mi mínimo. Como no lo sentí a los quince, a los dieciocho o a los veinte, ni lo sentiré a los treinta o los cuarenta. Hoy entiendo que el tiempo es tiempo y que el único tiempo que tengo es sobre el que estoy parado.